No me deja dormir. Casi no me deja comer.
Ya recorrí toda mi biblioteca musical y ninguna canción me ofrece consuelo.
Sé que un mensaje de texto me regresaría de inmediato a la situación de la que me acabo de salvar, pero cada de que mi voluntad flaquea, revivo otras noches de dolor, de incertidumbre, de saberme engañada y traicionada, burlada, pero no había podido confirmarlo.
Sé que me esperan noches peores.
Sé que esto es lo mejor, pero como duele...
Duele todo.
Duele saber que nunca fui la única, que nunca me quiso, que nunca le importe ni un poquito.
Duele saber que mi pequeña nunca conocerá a su padre, aunque eso después de todo, no sea tan malo.
Dice mi mamá que lo que no se conoce, no se quiere.
Ojalá eso les pase a ambos, padre e hija.
Como dicen los Aterciopelados, llegó el momento de armar mi rompecabezas.
Como le dije a la otra de las mujeres de su vida.
Superalo, no le dediques tanto tiempo, si no, nunca lo vas a olvidar.
Aunque yo misma debería darme ese consejo.
Me espera otra noche llena de lágrimas disimuladas, aunque tengo ganas de llorar a todo pulmón, no debo hacerlo, ni merece que lo haga.
Merece una mirada de reojo a lo que fue nuestra relación e ir con todo, a lo que me espera.
Mi segundo parto, mantener mi trabajo, mejorar las relaciones con la familia, construir mi casa, mejorar otras relaciones.
Quizás sea la hora de madurar, de dedicarme de lleno a lo que verdaderamente importa.
Hora de secar las lágrimas y aceptar que la vida, da y quita. Que todo tiene su lugar y su momento y que el mío termino.