29 de marzo de 2009

MUDANZAS

A lo largo de nuestra vida, las mudanzas son inevitables.
Un día tu vida es lo más normal que te puedes imaginar, hasta monótona.
Al siguiente, la cabeza de la familia, te abandona para buscar un futuro mejor. La mentira que cubrió la separación de una pareja, que por lógica nunca debió unirse.
Al año siguiente el hermano mayor sigue el mismo camino.
De repente eres parte de una familia fracturada, separada por la distancia.
Hoy todavía me cuesta reconocer que no siento el mismo amor por ellos, por aquellos que se fueron cuando apenas comenzaba mi adolescencia.
Lo que más me sorprende, es que a ellos les sorprenda.
Recuerdo los esfuerzos de mi madre por sacarnos adelante a mi hermana y a mí con su trabajo de obrera, esos días en que se levantaba a las 5:00 de la mañana y no regresaba hasta pasadas las 9:00 de la noche.
Los festivales escolares en los que siempre participaba, esperando verla llegar. Pero en el trabajo, esas cosas no son importantes. Lo raro, es que a pesar de saber que no iba a llegar, hasta que se llegaba el momento de mi número, no perdía la esperanza y soñaba con verla llegar en el último momento.
En plena adolescencia, tuve que mudarme de país. En un intento fallido de ser una familia otra vez.
La noche en que Lupita Jones se coronó como Miss Universo, mi mamá, mi hermana menor y yo, cruzamos la frontera de Estados Unidos en forma ilegal.
Una de las noches más terribles de mi vida, recuerdo el frío, los nervios, el miedo.
Nosotras solitas con un montón de desconocidos, la caminata que me pareció alargarse toda la noche. Esas personas que no parecían no andar en los mejores pasos, los ratos en que había que correr, la desesperación de perder de vista a mi madre durante la carrera. La forma inhumana en que nos amontonaron en una van, las caricias del tipo que quedo casi justo sobre mí, las voces de los traficantes de personas, que nos pedían guardar silencio, es horrible recibir esas caricias tan atrevidas, cuando no has cumplido ni catorce años.
Luego vino el fracaso del reencuentro, hubo que regresar.
Derrota. Así me sentí en aquel entonces, creí que había fracasado.
Fue muy difícil.
Luego, más derrotas, más fracasos y más desilusiones.
Recordaba con tristeza en esos días, la prisa por crecer, por ser grandes y tomar las riendas de mi vida.
Hoy a mis casi 32, sigo sin controlar gran parte de ella.
Y ahora las mudanzas me cuestan cada vez más, cambiar de trabajo, de amigos, cualquier cambio me desequilibra más.
Hoy soy una madre soltera, de 31 años, con un carácter "especial", a mi determinación, la han llamado más de una vez, NECEDAD. Tal vez un poco.
Como barco a la deriva, voy navegando en un mundo que cada vez entiendo menos.
Con personas que no logran comprender, porque soy como soy.
No soy monótona, no se me da.
Me aburro fácilmente.
Con tendencias a la desesperación y una impaciencia memorable.
Ya no me quiero mudar.
Pero existe la imperiosa necesidad de hacerlo.
Debo mudar mis ilusiones, mis esperanzas, el receptor de mi cariño.
Un cariño desperdiciado, malogrado.
Lo único que he aprendido, es aceptar los finales no felices.
Este nuevo final, esta nueva mudanza, la he pensado mucho, tanto, que ya casi me creo que ya no me va a doler.
Tal vez he descubierto algo nuevo en mí.
Tal vez aprenda a mudarme.

2 comentarios:

Xénit dijo...

Nunca se aprende a mudarse...pero llega el día en que ya no duele tanto hacerlo.

Esa frase de "Acostumbrarse a los finales no felices" Me niego a pensar que merecemos puros finales así.

Como siempre, me ha gustado leer tu post. Escribes cuando tienes que escribir, no antes, no después.

Angosku dijo...

fuerte, sincera, hermosa!!!
excelente post.
Saludos